Te metes en la ducha y dejas el agua correr, esperando a que se caliente; mientras te haces una coleta, te preguntas si Él estará leyendo tu Blog, y si es así, qué pensará acerca de él. Cuando te das cuenta de lo que estás pensando, retrocedes. Le odias, ¿recuerdas? No te importa en absoluto lo que esté haciendo, y mucho menos si tiene algo que ver contigo. Pero no puedes evitar pensar en ello. Ha sido tanto tiempo... Y sin darte cuenta, ya estás rememorando los días juntos.
Al principio era todo tan dulce... no podías pasar ni un minuto sin pensar en Él, en cuándo volverías a verle, en qué estaría haciendo, si estaría pensando en ti también... Te pasabas el día suspirando. Cuando hablabais, todo eran sonrisas; era el chico más dulce que habías conocido. Te escuchaba cuando hablabas, y no tenía miedo de llorar contigo; te hacía reír diciendo chorradas sin sentido. Es lo que Él hacía; ayudarte a pasar los días un poquito mejor.
No todo era del color de rosas, sin embargo; había días en los que Él era la causa de que todo fuera mal; estabas irritable, esperando a saltar sobre tu presa, fuera quien fuera. Os insultabais, reprochándoos lo que cada uno hacía mal, dirigiendo miradas de odio, mensajes provocativos, tristes, cansados. Pero al final siempre volvías a sus brazos. Eso fue lo que dijiste, que no importaba lo que pasase, acabarías volviendo a estar entre sus brazos.
Qué equivocada estabas.
Ni siquiera tú te creías que pudieras haberle dicho que ya no le querías. Claro que lo que tampoco te creíste, y sigues sin creerte, es su reacción posterior. Nunca habías visto tantos insultos juntos, uno detrás del otro. Si de verdad fuese el oso con corazón de niño del que te enamoraste, no sabría tantos insultos, ni mucho menos los usaría. Cierras el agua de la ducha y te dejas caer en la bañera, agarrándote las rodillas. Como un río, has visto su evolución, pero, al contrario que un río, la desembocadura no es bonita.
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