Un compañero de clase se te acerca y te dice que va a suspender una asignatura; la única manera de que la apruebe es haciendo unos ejercicios que no tiene ni idea de hacer. Te los pide a ti, pero eran optativos y tú no has tenido tiempo de hacerlos. Se lo dices y se le hunden los hombros. No puede suspender más asignaturas. No te lo piensas dos veces.
Le dices que los harás ese mismo fin de semana y que se los mandarás por correo, para que los pueda entregar el lunes. Al principio intenta disuadirte, es demasiado, pero tú insistes, así que acepta la oferta. Ese mismo fin de semana, le envías el correo con los ejercicios totalmente hechos. Tu compañero aprueba la asignatura.
En un examen, la chica de al lado te chista y te pide que le des la solución de la tercera pregunta. Comprobando que la profesora no mira, susurras <<1989>>.
Volviendo a casa en el autobús, ves que una señora mayor tiene que bajar unas bolsas bastante pesadas; te acercas y se las coges.
Sabes perfectamente que no siempre te comportas así, que ha habido veces en las que has mirado hacia otro lado cuando un niño pequeño se caía, o cuando tenías que aguantar la puerta a alguien. Has mentido, has herido, has errado. Con todo, sabes que lo único que te da paz interior es la felicidad y gratitud de los demás.
Después de jurar que nunca le perdonarías lo que te llamó, lo has hecho.
No vas a buscar explicaciones rebuscadas a por qué cambias de opinión con respecto a cosas que tienes claras; sabes por qué es. En la vida muchas veces tomamos la bifurcación equivocada, pero sabemos dar la vuelta e intentar tomar el camino correcto. Si para hacerlo hay que pasar por un peaje, y ese peaje eres tú, vas a dejarles pasar. Porque piensas que algún día se te recompensará, porque sabes que no pierdes nada dando la paz a otros.
Porque no puedes negar dar tu ayuda.
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