"I don't mind spending everyday, out on your corner in the pouring rain, look for the girl with the broken smile, ask her if she wants to stay a while"
Te preguntas si algún día llegará tu día, ese en el que todas tus canciones favoritas que cuentan historias felices se harán realidad para ti, en el que ese chico al que no podrás quitarle los ojos de encima un segundo te cantará las baladas más románticas a la luz de la luna. El día en el que te montarás a una nube y no bajarás jamás. El día en el que serás verdadera y eternamente feliz.
La música inunda tu cuarto, pero por alguna razón, no es capaz de entrar en tu cerebro; la oyes, y eres capaz de seguir la letra, pero no te llena, como otras veces. Simplemente, suena. Está ahí, como tú, pero falta esa esencia que hace que la música te corra por las venas. Esa esencia que únicamente tú puedes proporcionar, y que no eres capaz puesto que aunque tu cuerpo está presente, ahí, delante del ordenador, en la cama, en tu cuarto, tu mente se halla ausente por completo. No tienes ni idea de dónde o con quién está, pero sabes que está a miles de millones de kilómetros de ti.
A pesar de no ser capaz de sentir la música dentro de ti, cada estrofa te araña un poco más, marcándote una y otra vez. La canción feliz te recuerda lo que no tiene, la triste lo que sigue ahí, la ardiente lo mucho que te duelen las heridas... Así con todas y cada una de las canciones. ¿Te puede hacer daño la música? Jamás; debe ser cosa tuya. La música no puede hacernos daño, sólo ayudarnos. El cómo la usemos ya está en nuestras manos. Y ahora mismo, sabes que tú no la estás usando bien.
Te has quedado colgada una la canción. Suena el estribillo y te resbala una lágrima por la mejilla.
"And she will be loved... Yeah, she will be loved"
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