5.30.2012

Vencedores y vencidos

En este mundo de hipocresía y ansia de poder siempre hay guerras que disputar. Aunque no sea la nuestra, siempre acabamos siendo arrastrados al campo de batalla. ¿Por qué? Porque mientras los dioses terrenales se dedican a mover hilos como si fuera una partida de Monopoli, las vidas de las piezas se ven destrozadas.

Llevas quince años luchando y no puedes más, estas agotada. Ya casi no puedes sostener la espada, así que un contrincante te atesta un golpe en el costado. Alzas la mirada y parece compadecerse (o quiere disfrutar tu sufrimiento antes de lanzar el golpe final), porque baja un poco la guardia, momento que aprovechas para preguntar: <<¿Por qué estamos luchando?>>. Te mira confuso; frunce mucho el ceño y casi puedes ver cómo su cerebro intenta buscar una respuesta. Al igual que tú, no la encuentra. Entonces se encoge de hombros; <<Es lo que he hecho siempre>>, responde.

Sí, exacto, es lo que hemos hecho todos siempre, pero, ¿por qué? ¿Dónde está el sentido de luchar? ¿Cómo beneficia eso a los dioses terrenales? Probablemente nunca llegues a saberlo, es información confidencial, y el mero hecho de querer averiguarlo te metería en problemas. Aun así, no puedes evitar preguntártelo constantemente. ¿Acaso cada dios tiene una pieza en forma de país, o de grupo de gente? En ese caso tendría sentido que lucháramos, pero ¿cuál es el premio? ¿Para quién es la victoria? Te atreves a asegurar que para las piezas, no.

A medida que los años van marcando tu espada y tu armadura, empiezas a entender el juego, si eso es lo que es, un juego. El premio parece ser dinero y poder, que es lo que aclaman todos aquellos contra los que luchas. La victoria, aún no la has conocido, porque te niegas a luchar. Te has limitado a defenderte, no quieres verte envenenada en una guerra que no es tuya; esperas no hacerlo nunca. Observas cómo muchos se proclaman vencedores, y cómo el resto, vencidos. Pero si les sigues un poco el rastro, todos acaban igual: esclavizados.

Es un juego de subordinación. Para vencedores y vencidos.


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