Te despiertas tras haber tenido una pesadilla. Das vueltas por la cama intentando volver a dormirte, pero su imagen vuelve a ti cada vez que cierras los ojos; tienes ganas de vomitar. Intentas quedarte quieta, mirando al techo, pero no mejoras, así que te das por vencida y pones fin a tu jornada de sueño.
Ya llevas tres días de pesadilla en pesadilla, una tras otra, siempre lo mismo. No dejan de aparecer. Cuando piensas que por fin le has dado esquinazo, te tortura volviendo a tus sueños cada noche. Sólo han sido tres días, sí, pero a ti te parece que ha sido un año. Y si a los tres días ya te está chupando la energía, ¿cuánto más vas a aguantar?
Sabes que algún día pararán, pero la pregunta es: ¿Cuándo? Y, ¿seguirás viva para entonces?
Cada recuerdo es una pesadilla, y cada pesadilla se transforma en una cicatriz. Cuando somos pequeños, nuestra piel se regenera muy rápido y las cicatrices desaparecen, pero a medida que vamos creciendo, las heridas de guerra se convierten en permanentes; el tiempo cura todas las heridas, eso lo sabes.
Pero lo que no cura el tiempo son las cicatrices.
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