5.08.2012

Rutina

Te ibas a acostar pronto. Ibas a ser feliz. Ibas a vivir tranquila. Esta claro que no.

Un día más, el reloj está a punto de dar la medianoche, y tú estás acurrucada en la cama, llorando. De nuevo un día más, las penas han vuelto a ti, los recuerdos, la rabia de los fallos, lo que no debió ser y lo que nunca será. Todo te inunda, volviendo a tu cuerpo, donde obviamente pertenece.

Intentas buscar pruebas que te digan que te equivocas, pero por más que miras, Internet no te da la respuesta. Te miras al espejo y escarbas en lo más profundo para encontrar una sonrisa; está la falsa, la de circunstancias, la cortés... Pero no encuentras la auténtica, la enamorada, o la feliz. Por último, intentas auto-convencerte de que todo va a ir bien, pero miras el calendario, ves el número de días que ha pasado y no te queda otra opción que darte por vencida. Todo vuelve a ser igual.

Te preguntas si la teoría budista es real, y el karma realmente castiga a las personas en una vida por los errores cometidos en la anterior. Si es así, debiste ser la peor persona de la faz de la Tierra, porque si no, no tiene sentido. Sin embargo, no eres capaz de recordar haber hecho tanto mal en lo que llevas de vida, por lo que tu castigo carnal sigue sin tener respuesta. ¿Por qué? ¿Te mereces todo esto?

Dan las doce por fin y tú sigues despierta. Mañana tendrás ojeras, los ojos hinchados y la cara roja; te dolerá la cabeza y estarás de mal humor. Probablemente te pelees con alguien y tires algún que otro logro por la borda.

Las doce por fin, y tú has vuelto a la rutina.

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