Los músculos agarrotados, los huesos pinzados, la vista cansada, el corazón roto. Ésa eres tú a las doce y diez minutos de la noche.
Lo has intentado todo; borrar las huellas físicas, los unos y ceros, los recuerdos. Y aún así sabes que no has borrado nada. Si estiras la mano y abres el cajón, verás todo lo que te dio. Si tecleas la dirección correcta, aparecerán sus pensamientos, y si miras dentro de ti... Bueno, si miras dentro de ti, lo verás todo. Verás que no vas a poder librarte de él, porque resulta que no eres lo suficientemente fuerte.
Dolor de tripa, sangre martilleándote la cabeza, mareos, ganas de vomitar. Ésa eres tú a las doce y cuarto.
Puedes engañarte y seguir con tu vida, buscar a otra persona, otro pez de este vasto mar. Pero si las personas que eliges te dan la espalda, ¿qué haces? Seguir con tu vida, sí, es verdad, siempre hay que seguir con tu vida. Vale, entonces simplemente te centrarás en los estudios, y las actividades que te mantienen entretenida. Los recuerdos no te dejan, ocupan demasiado espacio e incitan al dolor. Último recurso, simplemente sigues con tu vida. Te mueves, respiras, comes y hablas; interactúas y aparentemente estás viva. Pero tú sabes que no es verdad.
Mañana por la mañana te levantarás, te pondrás el uniforme, prepararás la mochila, cogerás el autobús y asistirás a clase. Tu cuerpo lo hará. Porque de momento, y durante lo que sospechas va a ser mucho tiempo, tu cerebro dice:
<<Mañana me quedo en casa>>
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